¿Por qué no escribir de otra forma?, esta pregunta me llevó a escribir el texto undécimo. Mas allá de lo que fue Ojos negros, El guardián y la locura plantea una situación más concreta y más oscura en una mayor longitud. Lo terminé en dos días y estuve bastante conforme, aunque cada vez que lo leo, siento que se abre un mundo de posibles cambios que hacer.
El guardián y la locura
Leve brillo
nocturno que se incrusta en mis pupilas. Suelto mis dedos hacia el picaporte,
intento romper ese estado de aislamiento. Una respiración protege mis sueños o
al menos eso quiero escuchar, tendría que conocer a quién está del otro lado. Tratar
de dormir sin el aislamiento es inútil, me desvelaría y rozaría la locura en una
podrida sociedad. La única forma es romper la puerta, pero ni mis dedos
responden a la simple orden de abrirla.
Otro de tantos
sueños, esas retorcidas visiones oscuras y supuestamente profetizadoras de
nosotros mismos. Deseo reprimido, pasado distorsionado o futuro brillante. Bah,
la misma mierda de siempre. Aunque la respiración del supuesto guardián ha
cambiado todo en mis sueños, nunca antes alguien había velado por mí. ¿Porqué
soñar estar la habitación donde sueño? A
que quiere llegar mi mente no puedo saberlo. Tengo que poder salir de esta
rutina tortuosa. Sin embargo, les doy ahora una importancia sumamente hipócrita
a los sueños, ¿será que me estoy volviendo loco?
Ojos, miles de
golpe justo en mí. Me evado en las sombras de mi propia desnudez. Nuevamente la
puerta cerrada y la respiración, una chance que toma eternos segundos en ser
probada. Una voz escarba mis oídos, una figura que desconoce mi identidad
parece haber perdido el control. No consigo retirar mi infame mirada de sus
decadentes curvas oscuras, sus brazos se prestan a un juego macabro de desidia
y placer. Mis sabanas nos tragan en este ambiente tan hostil a la moral, mis
gritos ahogados se ocultan con sus gemidos huecos y casi programados. La
respiración del guardián sigue allí, aunque no venga a ayudarme (¿será que él
también me abandonó?). Los ojos que me enfrentan sólo me transmiten olvido.
Ésta mañana no
tiene sol, no tiene forma, no tiene nada. Parece como si mi vida se hubiera
condensado en esta habitación, hace tiempo. Algunos tratan de rescatarme pero
ya estoy muy liberado dentro de mí. El día pasa rápido, el sol parece odiarme.
Mi cuerpo cansado y dolorido no soporta más. Aún despierto percibo la
respiración del guardián, ni siquiera me atrevo a acercarme a la puerta. La
luna entra a mi habitación, se refleja en las paredes, en mis pupilas, en el
fondo de mi eterna existencia. Me escondo en la soledad de mis sabanas y dejo
que el olvido me lleve nuevamente a otro oscuro sueño. Siempre sintiendo que
será mi último viaje.
Luces por
todos lados, que ciegan, que siguen, me queman. Mi habitación ya no es una
habitación (aunque haya una puerta y una respiración). No me siento solo pero
no veo a nadie. Un suelo gris me invita a descansar, hundido en un lindo
colchón de nada mientras pisadas blandas, duras, cortas, largas, miles de ellas
susurran en mis oídos. Una invisible multitud parece conocerme pero me humilla,
me insulta, me odia… No hay más lugar para soportar, no hay más esperanza para
pudrir. La puerta está ahí nomás, tentándome nuevamente a escapar de mis arcaicos
demonios. Las voces se quiebran y los gritos comienzan a corroer mi mente. Mis
dedos tocan el picaporte una vez más, demasiado dolor para seguir, demasiada
angustia transformada en un falso coraje, un movimiento fuerte me lleva afuera.
Y ahí estoy yo,
esos ojos me devuelven mi vieja mirada, ese cuerpo refleja lo que antes fui,
esa voz expresa la dulzura que alguna vez tuve. Deje de ser hace tanto tiempo y
sólo mi recuerdo me protegía de mi locura. Olvidándome, avanzo por el pasillo
de un lugar muy familiar, me interno en una oscuridad tan cálida, tan
embriagadora, tan perfecta.
Dejo caer al suelo un último pensamiento antes de
perderme para siempre: “Ya no habrá mañanas horribles”.
Nicolino
08/02/10