domingo, 20 de marzo de 2011

XXIV

Muchos meses sin subir nada, olvidos, pocas ganas... nada inusual. Este texto, el segundo de gran extensión, retrata los recuerdos encerrados u oprimidos que uno hace de si mismo. Puedo decir esto habiendolo leído varios meses de haber sido creado.

Home sweet home

Los espejos no reflejaban, buscaba en vano algo que responda a mi necesidad de conocerme. El suelo era suave, casi imperceptible. Las paredes eran huecas, frágiles. Todo tenía un diseño extravagante, diría caótico. Subía y bajaba sin saber a dónde iba. Ni siquiera había ventanas o puertas. La falta de luz natural no se compensaba con nada ya que no había luz pero tampoco oscuridad. Todo era silencio, cada cosa era silencio, yo me estaba volviendo silencio, me costaba pensar, me sentía oprimido por esa nada anónima. Recuerdos de objetos, cosas, ánimas muertas encerradas en algo que me invadían en una desesperación sin precedentes. Recuerdos que invocaban imágenes, imágenes que invocaban sonidos, sonidos que invocaban lágrimas o risas.
Dejé de sentir el cansancio, comencé a sentir miedo. Miedo de algo a lo que me estaba acercando. Porque mis pasos me engañaban, mi mente me engañaba. Empecé a sospechar dónde estaba, pero no quería admitirlo, no quería afrontarlo. Una habitación diferente llamó mi debilitada atención, las cosas tenían un color peculiar, parecían emitir luz (aunque me costaba acordarme qué era eso) y en el centro había un enorme baúl. Fotos, libros, ropa y discos, todo estaba disperso, todo era un caos ordenado alrededor de un gran baúl. Rostros vacios, autores delirantes, ropa de mal gusto y músicos horribles alrededor del gran baúl, todo era un rechazo para mí. Me sentí por primera vez asfixiado y decidí abandonar esa habitación. Al borde del colapso, descubrí que no había salida.
Cuando el miedo ya era terror, debo admitir que mis manos comenzaron a temblar, ya no iba a salir de ahí. Me senté entre un montón de ropa, observé, busqué, rogué por encontrar una forma de salir. Era insoportable el destello emitida por los objetos, comencé a guardarlos en el baúl. Los destellos iban desapareciendo. Me senté en el baúl, satisfecho de poder contemplar la oscuridad, al menos eso creí. Un pequeño halo de luz tocaba mi pie, seguí su trayectoria y encontré un pequeño agujero en la pared.
Gente, cuerpos, risas, alguien que creía conocer y luego se quedaba solo. Silbaba feliz, se sentaba y seguía silbando. Intenté gritar, hablar siquiera pero no salían las palabras, golpeé la pared salvajemente. El hombre se levantó, permaneció quieto unos segundos y luego acercó un ojo. Puedo decir que nos miramos o tal vez no, tal vez él sintió que había algo pero no alguien. Alejó el ojo y acercó los labios. Susurró tímidamente casi entre risas: “No quiero que salgas, no quiero que vuelvas, quedate en mis recuerdos. Por algo estás en un baúl”. Se alejó en silencio, abrió una puerta y salió.
Eso es todo lo que pasó. No sé a quién le cuento esto o si me lo cuento a mí para no olvidarme. No sé cuánto tiempo hace que estoy acá. No sé si alguna vez saldré.

Sólo sé que este lugar… es mi único hogar.

Nicolino
17/08/10