jueves, 20 de octubre de 2011

XXV

Cualquier similitud con la realidad no es pura coincidencia.

Voz del sur

Una tarde oxidada de invierno me encontró vagando por una avenida de Boedo. No estaba solo, me acompañaba un ser de color chocolate. Una pureza sonora que hegemonizaba el ambiente se veía cortada por momentos por algún transeúnte o un rebelde caño de escape. Mi paso lento rivalizaba con el de mi acompañante, eternamente apurado en su rutina de vida, quién sólo posee una raison d'être basada en el hedonismo más puro. Los altercados entre ambos son usuales y más cuando uno de nosotros busca volver al hogar y el otro alejarse. Era placer para mis ojos observar cómo las ramas de los arboles que custodian la avenida se mecían de lado a lado por el frio viento del invierno, pese a que mi compañero disfrutaba de los árboles desde una perspectiva muy diferente a la mía.
Uno de los tantos silencios conversacionales se vio diluido por una melodía extraña, mejor dicho una voz extraña. Unos pies levitaban en la vereda de enfrente, intentaban acariciar las baldosas para sentir el frio escondido en los huecos de las pequeñas almas de piedra. Su voz era el motor de su vuelo, de su viaje abstracto y liberador pero, a la vez, el corte de mi pseudorutina urbana. Las ondas que ella creaba iban abriéndose paso en el desierto urbano, dando vuelta el sentido de las cosas, de mis dunas-ideas, de mi presente y de un futuro posiblemente negado. Su mirada perdida dibujaba eclipses lunares y sus labios generaban un placentero caos auditivo.
Fingiendo no ser presas de su música, nosotros seguimos nuestro camino. Era fácil no verla pero imposible no oír su voz, hasta cierto punto en que todo volvió a la normalidad, la rutina retomaba su puesto, la (im)pureza sonora regresaba... Mi acompañante demandaba saciar su sed y yo no pude decirle que no; tampoco podía negarle el hecho de que volveríamos a recorrer esa avenida, alguna que otra tarde, para reencontrar aquella voz.

Nicolino
12/09/10

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