Del insomnio surgen muchas cosas, demasiadas cosas considerando que uno se está privando de los placeres de dormir. Uno de los productos de mi peor momento en relación a mis horas de sueño es este escrito.
Cartas de arena
Desatar un manojo de ideas en una noche que simula
estar vacía es un vicio difícil de dominar. Es comenzar algo que uno sabe que
no va a terminar, ansiedades que siempre traicionan… Un gusto de derrota
permanece en el aire dibujando imágenes en la oscuridad y haciéndome entender
porqué la z está al final del abecedario.
Una vela intenta purificar la madrugada, luz tenue
que tiñe el azul de las paredes haciendo aparecer sombras y colores
trastocados. Sumar a mi cuerpo auriculares es pactar una cuasi existencia
vampírica (quitando lo emocionante que eso pueda tener) y alejándome de un
supuesto sueño que, encima de todo, pretendía ser reparador.
Al divagar por el éter porteño vuelven las ideas, horda de malditas inmortales que arremete contra la poca calma que un
maquinador puede apilar. Otro castillo de cartas de arena es asediado, desplomándose
en medio de mi habitación. Un intento de final viene de la mano de una tormenta
de arena que apaga la flama y me deja desnudo en un gélido desierto.
El insomnio me obliga a recorrer un sendero
mientras sueño despierto, cruzándome con oasis de lunas rosadas y mujeres de
bronce. Ilusiones de primera mano creadas por mis fantasmas artesanos. Ellos me
hacen transitar sentidos que pensaba haber enterrado y construir rostros
tenebrosamente perfectos. No hay malas intenciones sólo supuestas lecciones de
vida de estos fantasmagóricos eruditos.
Un carro de fuego extrañamente familiar me arroja
del desierto, me hace abandonar las enseñanzas para descubrirme en mi dulce
colchón. Los sueños del insomnio son devastadores, bellas consecuencias de
jugar con cartas de arena que nos hacen descubrir que hasta los maquinadores podemos
cerrar los ojos.
13/04/12
Nicolino
Nicolino
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