Mis
metros utópicos
Quiero
arrancar este texto creyendo en la absurda mentira de que no tendrá
destinatario. La situación se asemeja a un alivio durante la medianoche, un
silencio de ruidos agudos y de piedritas anímicas. Algún yo está sentado en un
colchón e iluminado por una luz que parpadea, invitación escondida a dormir o a
querer pensar sobre oscuridad en la oscuridad.
Pero
no, por primera vez mi alivio puede más. Por… ¿suerte? Mi ánimo sostiene
deformemente un lápiz cansado y mis ojos persiguen los trazos matizados que
salen de mi cabeza. Escribo de escribir, me escribo escribiendo, sintiendo, tratando,
imaginando y pensando que esto es para mí. Un esto tan híbrido como mi
trayectoria, un intento más de piedra angular y cuello dolorido pero, esta vez,
con toques de yerba mate.
Todo
se da en una habitación que muta día por medio, una prolongación de esa no
definición de todo lo que toco. Acepto (soporto) este lugar, lo hago mío ante
la imposibilidad de descartarlo. Sin haber placer de eliminar que cuente, no se
me deja ser prófugo. Y lo peor es que la eterna conciencia del error me hace
pensar, analizar, derivar, abstraer e incluso teorizar acerca de un futuro
cercanamente cegador. Un futuro de habitación cambiada, un par de metros cuadrados
que, si o si, me verán cambiar.
Y todo
es una utopía, una utopía de anonimato híbrido, un cuento fallido de héroe no
reconocido que algún día será lo que quiera ser (porque si no, no será…).
Nicolino
28/05/12
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